domingo, 15 de mayo de 2011

god


Por un lado, valoraba que le consideraran extraordinario y una figura admirada. Quería estar en el ojo público, incluso si eso suponía amañar las cosas. Por otro lado, Jackson seguía sintiéndose atraído, y repelido por el concepto de normalidad, un estado de cotidianeidad del que nunca tuvo ninguna memoria consciente. “me ponía un disfraz con traje, peluca, barba y gafas para vivir en la America de cada día”, recordaba Jackson en beliefnet.com en 2000, “para visitar centros comerciales y casas prefabricadas en los suburbios. Me encantaba entrar en esas casas y echarle un ojo a las alfombras mugrientas y armarios de Ikea y a los chicos que jugaban al Monopoly y las abuelas que cuidaban de ellos  y todas esas escenas de la vida cotidiana y, para mí, mágicas. Sé que muchos dirán que todo eso no es gran cosa. Peor para mí, era realmente fascinante.”




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